Juegos de la edad tardía

Un contratiempo familiar me sacó del bar y tuve que ver la primera parte en el ordenador (hubo un momento en que el locutor dijo «roja directa» y pegué un respingo en la silla, cambiando rápidamente de pestaña). El caso es que en la web me aparecía, al lado del partido, el culo de una señorita que anunciaba un teléfono o algo. Esa fue la primera parte del Madrid: un culo precioso muy lejos del Bernabéu. Mi mirada vagaba de ese culo al campo cada vez con más pereza hasta quedarme definitivamente fuera del partido. Otro culo, ya en la segunda parte, de vuelta a la barra, me sacó del ensimismamiento: el culo de Isco.

Isco tiene físico de jugador del Barça salvo el culo, que es algo muy madridista: esos culos no se fabrican en La Masía. Es un culo que también echó ‘Pipita’ en sus últimos años de tal manera que al final, por la pereza de regatear, se abría paso entre los defensas a culazos, como doña Rosa en el café de La Colmena. El sistema nervioso de Isco pasa entero por ahí y convierte su centro de gravedad en una bomba de relojería. Isco con el balón es un tic tac continuo porque parece que juega sentado. Hubo un momento del partido en que dejó un pase primoroso de espaldas que a todos nos devolvió la imagen pálida de Zidane. Sin embargo el equilibrio de Zidane era cosa de magia, por eso seducía hasta cuando se le iba cayendo el pelo en el campo como en un otoño eterno; el equilibrio de Isco, casi antinatural, es producto de su culo, que mantiene rígido el eje mientras estira a placer las piernas. A mí es un jugador que me tiene enamorado desde que se presentó en Madrid con su perro Messi. Así lo imagino en el Retiro:

–Perdone, ¿ha visto usted a Messi?

–Váyase para cama, desgraciado.

El partido de ayer también fue de Illarra, que ya en Villarramendi se puso a ordenar la casa con un rictus que a mí me recordaba a Sabino Fernández Campo. A Illarra nos lo quisieron alejar por supuestas disidencias ideológicas. En el campo se mueve con el conservadurismo aristocrático con el que repartiría el juego José Luis de Vilallonga de haber conocido un balón. Su fichaje lo propició el presidente de la Real Sociedad, que llamó a Florentino angustiado para implorarle que no se lo llevase porque «la pasada temporada jugamos seis partidos sin él y perdimos cinco». «Pues me acabas de convencer. No voy a arriesgarme a jugar 50 sin él y perder la mitad».

Pese a las dos últimas exhibiciones en el Madrid se asoma un síntoma inquietante: juega de maravilla con dos goles a favor. Hasta entonces hay un destensamiento tan propio que a veces conduce al pánico. Son partidos éstos en realidad que llevamos viendo veinte años, con esa apatía inservible que hace que el rival se lo crea un poco hasta que a veces, como pasó en El Madrigal, se lo crea del todo. Es tal el desasosiego que ayer empató Pepe en la misma portería en la que años atrás zapateaba a Casquero. Fue como ver a un padre con el jersey a los hombros llevar a sus hijos al parque donde una década antes se ponía las rayas. O la noche anterior, quién sabe. Pero bien es verdad que hace tiempo que Pepe no pega. Enfrentarse a Mou purificó su alma: vio la luz, se dejó crecer el pelo y ahora es otro, más tranquilo, como Noel Gallagher cada dos semanas.